ABNER Y EL DRAGÓN
Los Cuentos Urbanos y otras yerbas…
Había una vez, en una tierra lejana… hace mucho, mucho tiempo, un Dragón que era muy temido por un pequeño pueblo.
Durante años Balduino, el rey de aquél poblado intentó aniquilar a la temible alimaña, enviando a sus mejores y más despiadados caballeros.
Pero uno a uno, todos caían ante la furia y el fuego de ésta.
Y así, angustiado por sus constantes fracasos, el monarca llamó al último hombre capaz de derrotar a la colosal bestia… nada más ni nada menos que al gladiador Abner, un ser con grandes poderes, que blandía una espada invencible.
Al acudir a la convocatoria, el curioso Abner le preguntó al rey porque quería acabar con el Dragón, a lo que el soberano respondió… “¡Esa criatura ha ocupado mi Castillo y su sola presencia es una amenaza para mi pueblo! ¡Ha hecho trizas a mis mejores guerreros con tan solo un movimiento de sus fauces! ¡Lo mejor para todos es que un caballero acabe con su vida, de una vez y para siempre!”
Luego de escuchar aquellas palabras, el gladiador decidió aceptar la misión y se dirigió con su fiel corcel hacia el oscuro castillo.
Así, a cada paso, fueron esquivando los peligros de un camino lleno espinas y serpientes venenosas camufladas entre ellas, a las cuales el combatiente vencía con su poderosa hoja de acero, mientras su corcel galopaba sin cesar.
Tras terminar de transitar ese terrible trayecto, Abner y su fiel compañero llegaron al castillo.
Luego, el guerrero bajó del lomo de su caballo, para inmediatamente indicarle a su aliado que se marchara a otro lugar, ya que no estaría seguro allí.
Obediente como siempre el corcel partió y el caballero, muy sigilosamente, ingresó al castillo.
Al avanzar dentro del mismo, empuñando constantemente su espada, el gladiador sintió mucho calor y vió a unos metros un sitio lleno de fuego y luz que despertó su extrema curiosidad.
Abner se acercó a aquél espacio y, para su sorpresa, se encontró con un sitio acogedor lleno antorchas a su alrededor (lo que explicaba el fuego y la luz) y… ¡Con el temible Dragón durmiendo plácidamente!
Sonriendo ante su fortuna, el guerrero alzó su espada, dispuesto a matar a la bestia ¡Muy pronto acabaría con su misión y podría darle la buena noticia al rey!
Pero en el preciso momento en que Abner asestaría su hoja de acero, el monstruo se movió levemente hacia un costado y el valiente caballero hizo un nuevo descubrimiento… ¡Debajo de la criatura, yacían unos huevos!
Y fue así que llegó a una conclusión… ¡El Dragón simplemente había atacado a los caballeros para proteger a sus futuras crías e invadió el castillo para tener un buen espacio donde armar su nido!
Pero si bien, todas esas explicaciones eran valederas, él había hecho una promesa… y sabía muy bien que debía cumplirla…
Días después, Abner regresó al pueblo con una gran noticia ¡El castillo ya estaba a disposición de su majestad! ¡Y los habitantes del pueblo ya nunca tendrían que volver a temer por aquella temible bestia!
¡El rey y todos los pobladores recibieron con júbilo la noticia y vivaron al valiente caballero durante días, con grandes celebraciones en su honor!
Hasta que un día el monarca retornó a su castillo y, luego de un gran festejo, le preguntó al guerrero como había logrado vencer a la siniestra alimaña y que sucedió con aquél cuerpo.
Ante tal cuestionamiento, Abner negó con su cabeza y respondió que él nunca le aseguró a nadie haber matado al Dragón.
Al escucharlo, el rey se horrorizó por la respuesta y reclamó al caballero su falla en la misión, ya que al no matar a la bestia, el peligro seguía vigente.
Enojado ante tal acusación, Abner sacó su espada muy molesto y miró al soberano, quien lo contemplaba petrificado por el susto y la sorpresa. Y acto seguido, el guerrero exclamó “¡No me fue necesario matar al Dragón porque pude comunicarme con él y llegar a un acuerdo! ¡La bestia era en realidad, una madre que había llegado al castillo para darles un lugar seguro a sus hijos, por lo que le expliqué que tras unas colinas había un lugar especial… unas cuevas muy seguras, donde podría estar en paz y lejos de cualquier amenaza! ¡Por eso aceptó marcharse a aquél sitio, llevándose también mi promesa de que nunca más la
molestaría caballero alguno! ¡Y sinceramente, su majestad, espero que cumpla con ese acuerdo! ¡Los problemas no se solucionan siempre a través de la violencia, a veces hay otros medios!”
Así, el monarca asintió tranquilamente con su cabeza y Abner guardó su hoja de acero, para finalmente marcharse, quien sabe a donde…
Y el rey aprendió una gran lección… La primera opción para solucionar los inconvenientes no es la agresividad, siempre es mejor intentar dialogar y resolver los conflictos pacíficamente.
Adrian Rusak